LA CRISIS: SUS TÍPICOS TÓPICOS Y EL HUMOR PERDIDO
© Rafa Casero
Rafa Casero, colaborador. |
No
cabe duda de que poniéndole unas gotitas de humor a la vida las cosas se
perciben de otra manera. Por muy mal que puedan marchar las cosas, parece que
el ser humano no se resigna a dejar en paro a su función de sonreír, de soltar
una carcajada que en muchas ocasiones constituye un auténtico bálsamo, siquiera
momentáneo, pero con efectos verdaderamente reparadores.
Ya decía Platón que muchas veces ayudó una broma donde la seriedad solía oponer resistencia, algo que podemos constatar en nuestro a menudo tenso día a día, en el que un comentario gracioso del que nos sirve el café o un chistecillo contado sin pretexto alguno nos inoculan el humor con el que se afronta mejor cualquier tarea por sesuda que ésta sea.
Ya decía Platón que muchas veces ayudó una broma donde la seriedad solía oponer resistencia, algo que podemos constatar en nuestro a menudo tenso día a día, en el que un comentario gracioso del que nos sirve el café o un chistecillo contado sin pretexto alguno nos inoculan el humor con el que se afronta mejor cualquier tarea por sesuda que ésta sea.
Pues
bien, parece que en estos tiempos de estrecheces económicas el mal humor y
pesimismo colectivo es lo que debe imperar para demostrarle al mundo que la
situación actual nos tiene preocupados. Si una persona se muestra contenta y
utiliza como carta de presentación una sonrisa, sencillamente parece que con
ella no va la cosa de la crisis, que es una privilegiada o que simplemente es
insensible ante los acontecimientos. Nada más lejos de la realidad, a la inmensa mayoría de los mortales la situación
económica actual nos ha azotado en uno o en otro sentido, pues si no hemos
perdido directamente el empleo, si hemos visto perderlo- como es mi caso- a
personas tan cercanas como un padre, una hermana o un buen amigo; con lo cual,
resulta más que difícil escapar al tsunami que en forma de números llegó a
nuestro país hace ya unos años.
De
entre los muchos tipos de antídotos que tenemos a nuestro alcance para combatir
imperante mal rollo colectivo, los programas de humor son un antídoto barato y
accesible para todos. Confieso que soy de los que no les agrada el humor burdo
al que recurren muchas series y sketches
de humor, aunque tampoco me considero seguidor de esos otros que pretenden
hacer reír de una manera tan <<inteligente>> y enrevesada que al
final obligan a uno a pasarse más tiempo reflexionando sobre el significado del
chiste en cuestión, que disfrutando. En mi opinión uno de los programas que (y
a pesar de haber sido puesto en el congelador por el desgaste sufrido tras nueve
temporadas) mejor combina el humor fácil, el ácido y el ingenioso es el que
tuvo su origen en la televisión autonómica vasca (ETB) y que gracias a los
espacios denominados de zapping y a internet se extendió como la pólvora por
toda España: hablo de Vaya Semanita.
En una
de sus últimas emisiones, se hacía eco de los tópicos acerca de la crisis que
en los últimos años se han hecho un hueco entre nosotros. Con mucha puntería,
los actores representan situaciones cotidianas en las que se utilizan esos
típicos tópicos que todos escuchamos- y decimos- como socorridas muletillas
ante conversaciones cuasi predefinidas. Los << todo el mundo de compras, ¡y luego dicen que hay crisis!>>, <<ya
tenemos bastante, porque con la que está cayendo…>> o el típico
<< no te quejes, que por lo menos
tú tienes trabajo>> unido al propio del mundo empresarial <<tenemos que bajarte el sueldo por la
crisis…Entiende que todos tenemos que hacer un esfuerzo>>, entre
otros, son puestos de relieve por los chicos de Vaya Semanita con el acierto que ofrece el reflejar situaciones
comunes en nuestro día a día. Y es que a menudo que uno va cumpliendo años y
teniendo conciencia de los acontecimientos históricos por los que va pasando,
se da cuenta de que cada momento tiene sus tópicos, y que éstos de por sí son
en buena medida erróneos a la par que excesivamente recurrentes en nuestra
sociedad.
Hay
personas jóvenes que piensan que la viva era de color rosa antes de la crisis,
que la gente vivía muy feliz y sin agobios colectivos antes de que en 2008 la
depresión económica llamase a nuestra puerta. Nada más lejos de la realidad,
recuerdo cómo nuestra sociedad, acostumbrada a vivir en una permanente alerta y
con algo por lo que sobre preocuparse, siempre ha tenido sus particulares
motivos para que sean pocos los que ante a la sencilla pregunta ¿qué tal?, respondan con un sencillo <<bien>>. Recuerdo cómo la
gente hacía acopio de alimentos en los supermercados durante la primera Guerra
del Golfo porque Sadam Husein nos iba a atacar con sus cohetes de largo alcance,
o cómo se creía que la Tercera Guerra Mundial estaba a la vuelta de la esquina
cuando Rusia o China no se alineaban con las posiciones de Estados Unidos en la
Asamblea de la ONU; también recuerdo cómo el famoso plan Ibarretxe iba a
terminar con la unidad de España o la creencia de que el accidente del buque
Prestige iba a provocar el fin definitivo del ecosistema de las costas
gallegas.
En definitiva, nuestra sociedad ha ido
sobredimensionando paulatinamente una serie de preocupaciones que literalmente
nos han borrado la sonrisa de la cara a los españoles. Y es que de ser un país
eminentemente alegre y sabedor de extraer y valorar lo bueno de la vida por
muchas que sean las desgracias que nos acechen, hemos pasado a ser una nación
de semblantes serios y cariacontecidos, llegándose a la situación de que está
amargado el que no trabaja, pero también lo está el que lo hace. No en vano,
nuestro país ha venido cayendo posiciones en el ranking de los países más
felices que elabora la New Economist Foundation, revelando este estudio que
países como Costa Rica o Colombia, que tienen mucho peores condiciones
económicas que España, nos superan con creces en el índice de felicidad, pues
ésta no se alcanza sólo por factores económicos, sino por otros cómo el valor
de los lazos de afectividad o las iniciativas comunitarias. Y es que la esencia
está, al final, en lo meramente humano.
Por
eso, y por <<mucho que esté cayendo>>, creo que con humor, con
mejor <<rollo>> colectivo y con poner en valor las cosas por las
que debemos de darle gracias a la vida – muchas más que por las que tenemos que
maldecirla- , todo nos marcharía sensiblemente mejor. Si según los científicos
el buen humor fortalece el sistema inmunológico de las personas, imagínense el
efecto que tendría en una sociedad entera. Además de ser muy recomendable, creo
sinceramente que en España hace tiempo que lo venimos necesitando a raudales.
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